El reconocimiento, junto con la comunicación y el feedback, forman una especie de tríada sagrada de la motivación laboral, eso lo tenemos claro (a estas alturas, más nos vale). Pero hoy vamos a otra cosa: al mecanismo que hace que esa motivación se interiorice. Sentirse valorado es, a final, cuestión de creérselo.
Porque todos conocemos casos en los que, por más que nos esforzamos en reconocer el trabajo bien hecho, en dar un feedback positivo o en comunicarlo con todas las de la ley, el efecto motivador es mínimo. ¿Qué falla? ¿Cuándo deja de funcionar el reconocimiento y empieza a mandar la autoestima?
No eres tú, soy yo…
Segurísimo que has oído hablar del “síndrome del impostor”. Ese que dice que una persona puede tener dificultades psicológicas para internalizar los logros y aceptar el reconocimiento externo, venga de sus pares, sus superiores o sus subalternos, o de su entorno familiar.
Es muy interesante tener presente esta realidad porque nos ayuda a entender varias cosas. Por un lado, por qué con algunas personas eso del reconocimiento no funciona (o no funciona igual que con otras); por otro, que el rendimiento no depende directa y exclusivamente de una única variable, sea dicho reconocimiento o la motivación consecuente.
Esto de no sentirse valorado, pero por uno mismo, nos pasa a todos (líderes incluidos), pero a unos más que a otros. Es fundamental saber detectar esos casos; de lo contrario, corremos un doble riesgo: dudar (erróneamente) de nuestros programas de reconocimiento, y no conseguir el efecto deseado sobre estos empleados “difíciles de reconocer”.
Autoimagen, autopercepción, autoestima… ¡y autoaceptación!
Para descubrir quiénes son esas personas, o mejor dicho, entender por qué ocurre este fenómeno, toca lección rápida de psicología. Y no de las fáciles; entramos en el resbaladizo territorio de la percepción de sí, del concepto de uno mismo, de la imagen del yo…
Para mantenerlo en márgenes comprensibles, digamos que todos tenemos un concepto doble de nosotros mismos: lo que somos y lo que queremos ser. Además, nos “vemos” de una manera determinada, que puede encajar en alguno de esos dos conceptos (el real y el ideal) o no; esa manera de vernos se ve influida por cómo nos ven los demás, y por cómo vemos que nos ven los demás.
Cuando además hacemos un juicio de valor de ese autoconcepto obtenemos la autoestima, que puede ser buena o mala, mucha o poca. Pero ese no es el final del camino, porque la autoestima no es tan guay como la pintan. Lo que mola de verdad es la autoaceptación, esa noción de Carl Rogers, el padrino de la psicología humanista que tanto nos gusta.

A la motivación por la autoaceptación
Por lo tanto, así está la cosa. Si tenemos en el equipo personas a las que les cuesta aceptar sus propios logros (no digamos nada del reconocimiento externo), el primer paso es facilitar la autoaceptación.
No es fácil porque ese es un trabajo personal, y menos en el contexto empresarial, pero como líder/jefe/gestor de talento estas líneas maestras pueden ayudarte:
- Refuerza tu posición como “juez imparcial”. Deja claro que el valor de su trabajo también lo mides tú, no él mismo o ella misma en exclusiva.
- Muestra tu faceta más vulnerable. No solo por transparencia, también para mostrar que el error es natural, pedagógico y aceptable.
- Mantén un feedback “de perfil bajo”; la alabanza excesiva priva el reconocimiento de sentido y genera una búsqueda de aprobación contraproducente; en cuanto al feedback negativo,estas personas ya tienden a tratarse con excesiva dureza sin ayuda…
- Valora a la persona, no los resultados. Incide en el valor intrínseco del individuo más que en el valor de lo que hace o deja de hacer.
- Trato justo y trabajo con propósito; se aplica siempre, pero en estos casos es esencial resaltar el sentido de las tareas y su coherencia con los valores de la casa.
Al rendimiento a través de la satisfacción laboral
Una cosa es el reconocimiento de los empleados, y otra sentirse valorado como empleado; el arte de conseguir que ambas cosas coincidan es lo que llamamos satisfacción laboral. Y sabemos que es una dura labor… ¡Pero merece la pena!